Hoy vi llorar a un hombre. Salí del trabajo y decidí que iba a ir al cine. Busqué la próxima función y me metí en el subte. La sala estaba prácticamente vacía, habían alrededor de 10 personas: unos jóvenes y un señor. Me senté y en la oscuridad me sumí en lo que habían sido meses de espera.
Amo el cine; se enciende la pantalla, y los espectadores atentos, con las bocas llenas de pochoclos, se acomodan sin culpa en sus asientos, a espiar los secretos de una historia que no les pertenece...
Qué hermoso es el cine. Qué maravilloso se siente volar, sangrar, ver el mundo desde el espacio, y el beso...mientras me deleito con la Patogonia, llega la noche y prenden una fogata. La inocencia del deseo, la excitación y la vergüenza, hacen reinar el silencio en cada uno de nosotros, la audacia le da lugar, y él le pide que cierre los ojos. A regañadientes acepta. Se acerca despacio y por unos segundos, por unos segundos nos aguantamos el aire, y despacio, con electricidad, le da un beso...Y viene ese abrumador dolor en el pecho al sentir, al sentir esa adrenalina, que duele en la garganta y al mismo tiempo te hace sentir más liviano. Uno traga valor y sonríe bonito. Y ahí lo veo, al frente mio...un hombre llorando, le caen lágrimas por las mejillas...no lo tengo que mirar, no me pregunten por qué pero lo sé, en ese momento, ahí mismo, a miles de kilómetros, en otro tiempo y espacio, en una página, en su almohada, lo sintió, y no le quiero sacar nada, porque ese dolor es suyo...un recuerdo, un deseo...
Y me gusta pensar que, cuando ese hombre rompe en llanto, cuando la madre de ese chico, que se animo a dar su beso, le da su apoyo incondicional y él la abraza...aquel momento tan intimo y delicado, ese señor lo hace suyo, abraza la incondicionalidad. Pienso que todos los sueños y realidades se chocan, y me dan ganas de abrazarlo.
Fui buscando una sensación y me encontré un amigo, encontré una historia: más viva, más sincera. Y que orgullo poder decir en voz alta que yo también quiero como él. Y la culpa es agridulce, porque a la distancia y a destiempo, a mí también me rompió, el no saber si aquel señor, tan puro y sincero por mostrar sus lágrimas, fue capáz alguna vez, de decir en voz alta "yo también lo quiero".

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